Isidro Velázquez: el mito, la traición y el último sapucay del Robin Hood chaqueño que murió entre balas
- chacoenalta

- hace 4 días
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El 1 de diciembre vuelve a abrir una página difícil de cerrar en la memoria del Chaco. Ese día, hace 57 años, la Policía provincial atrapó y mató a Isidro Velázquez, figura que con el tiempo se transformó en una mezcla de mito popular, símbolo de injusticias rurales y personaje incómodo para la historiografía oficial. Su vida, atravesada por la pobreza, la persecución y la violencia estructural de su época, sigue interpelando al presente chaqueño.

Velázquez nació en el paraje Capilla, cerca de Mburucuyá (Corrientes), y llegó al Chaco como tantos otros: buscando trabajo en las cosechas y changas rurales que ofrecía una provincia en expansión, pero marcada por profundas desigualdades. Su recorrido como trabajador agrícola, baqueano y hombre de oficios múltiples no anticipaba una vida fuera de la ley. Según relatan habitantes del monte chaqueño, antes de ser perseguido fue un peón respetado, reservado y conocedor del monte, virtudes que más tarde serían clave para sobrevivir a los cercos policiales.

El conflicto que lo empujó a la clandestinidad surgió a partir de una acusación policial dudosa. Un robo ocurrido cerca de la zona donde vivía se convirtió en el punto de partida de una persecución que, según testimonios locales de la época, se construyó con apuro y sin pruebas concretas. Velázquez habría entendido que su destino era la cárcel, más por necesidad política de mostrar resultados que por su culpabilidad real. Eligió escapar y, a partir de entonces, su vida quedó marcada por la movilidad constante entre montes, esteros y ramales, con un dominio del territorio que desconcertaba a la Policía.

Con el paso del tiempo, su figura se volvió ambigua y contradictoria. Por un lado, acumuló denuncias por robos, cuatrerismo y ataques armados; por otro, comenzó a ganar apoyo entre sectores rurales empobrecidos, que veían en él a alguien que enfrentaba a los poderosos en tiempos donde las relaciones entre trabajadores, productores y fuerzas de seguridad estaban fuertemente desbalanceadas. En los parajes, casas y ranchos donde aún se mencionan sus andanzas, se recuerda que Velázquez compartía parte de lo obtenido en sus golpes y respetaba a las familias humildes, que en muchos casos le ofrecían alimentos, abrigo o información para escapar de operativos.

La Policía provincial respondió con una escalada de operativos cada vez más grandes que involucraron a distintas unidades, patrullas montadas y cercos coordinados. Su capacidad para moverse sin ser detectado, cambiar rutas en segundos y anticiparse a las emboscadas alimentó su fama. Para los investigadores policiales de entonces, era un delincuente peligroso; para gran parte del campesinado, un símbolo de resistencia.

El cerco final llegó el 1 de diciembre de 1967, en la zona conocida como Pampa Bandera, cuando un matrimonio de Machagai —una maestra y un encargado de correo— dio aviso a la Policía sobre su presencia. La versión más difundida sostiene que se simuló un desperfecto mecánico para retener a Velázquez y a su compañero, Vicente Gauna, mientras las fuerzas de seguridad rodeaban el área. En pocos minutos, la noche se convirtió en un escenario de más de 500 disparos. Gauna cayó en ese mismo intercambio. Velázquez, herido, logró escapar unos metros hacia el monte, donde finalmente murió bajo un árbol que, con el tiempo, se volvió punto de peregrinación popular.


El auto acribillado por los balazos y el "puente de la traición", lugar donde lo emboscaron y asesinaron
Tras su muerte, la figura de Velázquez trascendió el expediente policial. Artistas, periodistas y músicos lo llevaron a la memoria colectiva. Su historia fue reescrita en canciones como El Último Sapukay y en crónicas que lo retrataron como un “bandido social”, categoría que la antropología latinoamericana reserva para personajes que, aún delinquiendo, concentran el apoyo de sectores populares castigados por desigualdades estructurales.

La dualidad de su historia —entre héroe rural y delincuente perseguido— sigue generando debates. Para algunos, fue un hombre empujado a la violencia por un sistema injusto; para otros, un delincuente que encontró en la marginalidad un modo de vida. Lo cierto es que su figura se convirtió en un espejo de la conflictiva historia social del Chaco: pobreza estructural, abusos policiales de la época, relaciones desiguales en el campo y un Estado que muchas veces llegó solo desde el castigo, no desde la presencia.

Cincuenta y siete años después, la vida y la muerte de Isidro Velázquez siguen girando entre la memoria popular, la mitificación y las preguntas sin respuesta. Su historia está hecha de claroscuros, de versiones contrapuestas y de una fuerza simbólica que resiste al paso del tiempo. En cada aniversario, vuelve a instalarse la misma sensación: entender a Velázquez no es solo reconstruir la biografía de un hombre, sino leer en ella una parte profunda —y todavía abierta— de la historia chaqueña.









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